Corrí veinte metros para alcanzar el ómnibus y quedé reventado. Cuando me senté creí que me desmayaba. En la tarea de quitarme el saco, de desabrocharme el cuello de la camisa y moverme un poco para respirar mejor, rocé dos o tres veces el brazo de mi compañera de asiento. Era un brazo tibio, demasiado flaco. En el roce sentí el tacto afelpado del vello, pero no lograba identificar si se trataba del mio o el de ella o el de ambos. Desdoblé el diario y me puse a leer. Ella, por su parte, leía un folleto turístico de Austria. De a poco fuí respirando mejor, pero me quedaron palpitaciones por todo un cuarto de hora. Su brazo se movió tres o cutro veces, pero no parecía querer separarse totalmente del mío. Se iba y regresaba. A veces el tacto se limitaba a una tenue sensación de proximidad en el extremo de mis vellos. Miré cia la calle varias veces hacia la calle y de paso la fiché. Cara angulosa, labios finos, pelo largo, poca pintura, manos anchas, no demasiado expresivas. De pronto el folleto se le cayó y yo me agaché a recogerlo. Naturalmente, eché una ojeada a las piernas. Pasables, con una curita en el tobillo. No dijo gracias. A la altura de Sierra, comenzó sus preparativoos para bajarse. Guardó el folleto, se acomodó el pelo, cerró la cartera y pidió permiso. “Yo también bajo”, dije obedeciendo a una inspiración. Ella empezó a caminar rápido por Pablo de María, pero en cuatro zancadas la alcancé. Caminamos uno junto al otro, durante cuadra y media. Yo estaba aún pensando mentalmente mi frase inicial de abordaje, cuando ella dio vuelta la cabeza hacia mí, y dijo:
“Si me va a hablar, decídase”.
1 comentari:
mola mooooooooooooooooooolt
M'grada!
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